Diálogo de un crepúsculo

Santiago Ospina autor publicado, poeta, poemas

Es un tiempo muy propicio para disfrutar de un encuentro con la magia. El encuentro se da en la casa de Gregorio, en su sala, para ser más preciso. Él llama a una mujer, quien tiene una cierta delicadeza con sus palabras: son flechas que apuntan siempre hacia el corazón sin maldad alguna; con destellos de picardía sabia y con una sonrisa que derrite de la dicha a los espejos. Ella se llama Sofía.

Gregorio llama por teléfono: — "Hoy necesito hablar contigo. Hay algo que siempre he querido hablar. ¿Podríamos vernos?" —

Después de unos segundos de silencio, Sofía responde: – "Conozco ese deseo tuyo de vernos… Si acepto, posiblemente sea la última vez que lo hagamos, ¿estás tu dispuesto a ese riesgo?" —. 

Unos silencios eternos se tomó Gregorio; es una pregunta que merece la caricia del vacío: — "Conozco tu magia. Llevamos años compartiéndola, mas esta vez tú no eres la única que va a desaparecerse en el acto… acepto entonces el riesgo." —

Pasado un tiempo, suena el timbre. Era Sofía, ella venía vestida de negro, siempre protegiéndose. Gregorio abre la puerta. Él también había decidido vestirse de negro. Los dos conocen la importancia de este último encuentro. Como siempre, una bebida puede ser mucho más cómoda para este tipo de discusiones, algo que ayude a que la cascada del esófago permita aflojar las paredes y así tener una limpia voz.

Sofía pregunta: — "Bueno, acá estoy. Puedo aceptar que tengo los nervios en desorden desde que salí de mi cama; mientras caminaba; mientras estaba entrando acá. Así que vengo con mucho cuidado." —

Gregorio sale de la cocina con una tetera negra conteniendo un té negro, diciendo: — "Entiendo… Y esta vez, yo andaré con precaución, pues nunca he logrado desvelarte y poder desaparecerme contigo en el espacio… (Se toma su tiempo yendo a estar frente a ella). Y así, tú viniste vestida de negro. Así lo intuía, porque es así como siempre logras hipnotizarme sin darme cuenta. Aunque esta vez el barco está con las velas abajo y con el viento a favor para que el viaje sea más tranquilo…" — (Gregorio se sienta en un sillón de la sala).

Entra un silencio en la sala. Solo en este silencio es que los latidos del corazón se empiezan a notar y ellos dos se percatan de este fenómeno. Enseguida, cada uno toma un sorbo de sus tazas a una temperatura agradable, ni muy caliente, ni muy fría, sino más bien tibia, como en equilibrio, ayudando a pasar lo amargo y lo dulce del encuentro.

Sofía fija sus ojos a los de Gregorio y le dice: — "¿qué ganas con descifrarme? ¿Me quieres definir? ¿Qué buscas con esto? ¿No te basta mi sola presencia?" —

Gregorio entra en silencio. Investigando minuciosamente cada pregunta, porque sabe que al medio desliz de una palabra, ella se va para un siempre muy lejano: — "He aprendido que definiéndote me ha llevado siempre hacia la misma puerta, donde nunca he podido tener la llave para abrirla. He hablado con la persona que está detrás de esa puerta hace mucho tiempo, tiempos remotos; creando transformaciones en las pupilas de los ojos y las murallas del corazón. He entendido con esa persona las más dulces de las nociones sobre el amor. Sin embargo, siempre nos inundábamos al final… ahogándome en mi perpetuo vacío y tú volando como siempre y lejos de mí." —

Sofía continúa con sus ojos fijos a los de Gregorio, después se pone de pie y da unos pasos a la ventana para ver el horizonte; era el momento perfecto del crepúsculo. Ella sabía lo que pretendía Gregorio: — "Está muy conveniente esta bebida, aunque hoy está más amarga que de costumbre… ¿Así te encuentras hoy? Yo conozco tu amargura, la cual es sencilla y dura; raspando las paredes y haciendo temblar los vidrios. Pero… ¿No te estarás equivocando de persona? Con la que has estado hablado en diferentes ocasiones, no es la misma en este preciso momento…" —

Gregorio se levanta del sofá, se acerca hacia las velas que había encendido para poder crear la magia del encuentro. Una magia develadora, donde solo se reconocen las energías puras con amor sublime y dantesco.  Era la noche de una nueva transformación en sus vidas.

Gregorio se devuelve hacia Sofía: — “Me olvido de tu nombre cada vez que te veo. Mi imagen tuya es real, pues estás acá. No me basta tenerte guardada en el banco de la memoria. Tampoco te necesito al frente toda mi vida. Me basta con tu simple energía. Energía que se porta, que se transmite y que se transforma. No necesito de tu historia, pues tengo tu presente.” —

Las palabras de Gregorio entraron esta vez de manera diferente, como queriendo realmente abrir una puerta a la cual ella siempre había tenido cerrada. Cerrada por su libertad amada. 

Sofía le toma la mano a Gregorio: — “¿Por qué quieres hacer esto? ¿Qué es lo que te hace falta para que quieras algo más de mí? A mi energía le fascina estos juegos de palabras, pero mi razón me advierte de algo. ¿Dime a quién quieres llamar? Ten mucho cuidado con tus sentimientos, no sea que ellos vengan de la nada y te hagan caer al piso desde el cielo." —

Gregorio, sintiendo cada palabra de Sofía, suspira: — "Esa es la pregunta que hay que hacerse. Comprendo tu razón y siempre habrá el espacio suficiente a ella; sobre todo cuando sea requerida para un servicio. Si bien la conozco, me sigue haciendo falta observar tu energía. Estoy acá por ella, porque es ella la que me llama en silencio; en la oscuridad eterna, donde el tiempo está muerto, donde el corazón exclama a gritos por su presencia" —.

Sofía toma su mano para poner la palma encima de la palma de la mano de Gregorio. Enseguida, la energía de los dos empieza a transformarse, creando rayos fulminantes con cada palabra declamada. 

— "La razón siempre nos ha limitado Sofía. Y al final, siempre has sido tú quien te desvaneces junto con mi energía. La siento irse, sin despedirse; dejándome en una soledad fría y aburrida. Por eso mi razón la llama, porque al abrir la puerta, voy a poder observarla, ya que la mía se fue con la tuya" — Gregorio se lo dice al oído de manera suave y cariñosa; él sabe que las palabras amargas tienen que ser mencionadas desde la sutileza.

El sol se despide en este momento, dejando como guardián de este encuentro a la luna. Gregorio y Sofía saben que cuando la luna está presente, los cuerpos tienden a ser más vulnerables…

Sofía cierra los ojos y abre la boca para soltar, de pronto, una de sus últimas palabras que adornan las susurradas por Gregorio: — "El pájaro siempre vuela, observando desde los aires la tierra donde él habita. Su libertad es sublime, pues el viento no la detiene, le ayuda a impulsarse en la infinidad del espacio. ¿Tú me quieres detener? ¿Me quieres volver eterna? Esto me está sonando a las campanas del aquel que llega para solo causar sufrimiento y dolor, ¿Me quieres ver sufrir?" —

Gregorio, cerrando también los ojos, mas teniéndolos completamente abiertos dentro de la oscuridad, logra ver a Sofía: — “En mí, crecieron alas, por eso te hablo desde los aires, donde también logro observar los caminos y aquellos que tú también recorres. Porque también te hablo desde la oscuridad, esa que tu tanto me enseñaste; por eso, me tienes aquí junto a ti. Acá no tienes definición, nada más eres. Acá no vas a sufrir; acá no hay nadie quien te detenga. Hay solamente aire libre. Libre para volar hacia las inmensidades del espacio”. —

El silencio se hizo eterno, las palabras cesaron porque las imágenes de ellos se fueron diluyendo, generando ondas en el cuarto; haciendo que Sofía y Gregorio se murieran en sus imágenes, para quedar en cenizas. Cenizas que tomará el viento y los hará viajar juntos por primera vez.

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