El renacer del Fénix
En un tiempo infinito dos seres se encuentran en medio de la respiración de la vida. Ese maravilloso viento que entra delicadamente a través de nuestras entradas nasales, circulares ellas, cuyas puertas permanecen invisiblemente abiertas. La respiración es suave, calmada, dejando que el aire viaje cómodamente por todo ese espectro vacío; despertando delicadamente un movimiento metamórfico y silencioso, aunque con un tono un tanto orgásmico. — “Espera, ábreme a cada palabra que estás diciendo, pues mis oídos bailan, pero no sé si estemos en la misma sintonía; mis ojos destellan rayos de energía blanca, pero no sé si estoy viajando en la ilusión o en la verdad; mi cuerpo se alumbra, pero no sé si solo sea porque encuentro en tus palabras, abrazos llenos de alquimia” —.
No sé si estoy hablando conmigo mismo o si estoy al frente tuyo en estos momentos donde la soledad se vuelve una comunión con el Cosmos. No podría identificar si en ese vacío atemporal, el aire despertó lo que el cuerpo ya estaba sintiendo a través de esta nueva transformación. Así, le respondí o me respondí, —“¿conoces el fénix? Esa ave mística que cuando muere se disuelve en cenizas y luego, desde ellas, resucita en fuego; lleno de vida para volar hacia su más grande amor, la libertad. Si bien su renacimiento es algo doloroso, el proceso es mágico. ¿Alguna vez has resucitado? ¿Has reencarnado en otra vida dentro de esta misma? Déjame mostrarte…” —. Nos fuimos enseguida a sentarnos en un cuarto vacío, donde la única luz podría ser la llama de una vela. No hay nada en este cuarto salvo la presencia de nosotros, preguntándome simultáneamente si estoy solo o si tú realmente existes acá. — “De todas maneras – me dije en silencio acostándome en el suelo — quiero revelarte como nace el fénix desde el cenicero del sufrimiento, el cual he empezado a llenar hace algunos pasados atrás” —.
La presencia empieza a ser al principio una búsqueda de un viaje donde nosotros empezamos a dejar de existir. — “Sí, tal como cuando las alas empiezan a agitarse para tomar esa corriente de aire en el cielo para poder planear sobre lo físico, observando todo lo que sucede ahí, ¿no?” —, nuevamente ella o nosotros, o mi mismo ser, interrumpen lo que está sucediendo en este instante. El cuerpo se empieza a acomodar, dejando esos espacios abiertos y lo suficientemente alargados para que la metamorfosis empiece a tomar lugar. — “¿Por qué crees que esto es necesario? Ya la misma existencia te está diciendo que renaces cada mañana, después de una dulce muerte por la noche, donde los sueños te cuentan historias pasadas y visiones del mañana, o simplemente entras en la oscuridad del vacío infinito. ¿Por qué entonces querer transmutar lo que ya se ha ido transformando?” —. Nos preguntamos mientras el inflar y desinflar del cuerpo toma parte como lo único que importa en esta discusión sin valor alguno, ya que las montañas respiran para crear el agua y que esta corra por las venas de los campos hasta llegar a su desembocadura, donde su fin y su comienzo es la reencarnación oceánica. Sus colores oscuros de la tierra, se tornan azules marinos cristalinos.
— “No sé por qué llegamos acá, voz misteriosa. Solo sé que el viaje transcurrido ha sido un tanto vertiginoso, donde mi lengua pronunció todas las palabras con su limitado conocimiento; donde mis ojos vieron lo suficiente para desequilibrarse; donde mi mente… ese lugar… donde juego malabares con los deseos, los miedos, los sueños, los silencios; donde mi cuerpo pareciera que no tuviera una tregua entre el arte y la obligación de la sociedad; donde mis manos se cansan de seguir explorando los cuerpos; y donde los pies buscan enraizarse en otra libertad” —. El silencio, por consiguiente, iba colmándose a medida que cada pensamiento florecía en ese sitio donde la magia empieza a confabularse y la alquimia, esa hermosa actividad mística, entra en acción. — “Voy entendiendo lo que me estás diciendo, ser amado. Veo que lo que alguna vez fue, nos llevó a ti y a mí acá, a encontrarnos nuevamente en este silencio. Veo también que los tiempos pasados y aun los tiempos presentes, me poseen con sus preguntas y conclusiones interminables. Es una Divina Comedia esto que me estás describiendo: estamos pasando por un infierno donde existe un descontento por todo lo que nos rodea tanto afuera en el horizonte, como adentro en nuestra cueva platónica. Luego, entramos en un juicio para responder esas preguntas que no nos atrevemos a enfrentar y que nos exige cantidades de lágrimas y de intensidades que nos dejan en los abismos de la fatiga. ¿Qué sigue, entonces, el paraíso? ¿Lo conoces?” —.
No sabría responder a mí mismo sobre el paraíso. Una pregunta un tanto extraña a nuestro parecer, ya que continuamente observo y me doy cuenta de que no sé con quién estoy teniendo esta conexión.
De todas maneras, — “El paraíso, si lo conozco. He estado allí algunas veces: la calma reina, la belleza es el palacio de la naturaleza, la sonrisa es el lenguaje universal, los abrazos y los besos se vuelven nuestra forma de amar a todos por igual; la necesidad es simple y básica, y lo material simplemente se vuelve indiferente para el corazón. Aun así, a veces tendemos a perder los ojos de este milagro terrenal… y lo he perdido, varias veces…” —. Los recuerdos de lo que alguna vez fue se aparecen en esa gran pantalla del silencio. La respiración empieza a ser más profunda y más pausada.
— “¿Qué es lo que te hace volver al paraíso entonces?” —, me preguntó esa voz delicada, la cual no quiero identificar. No podría hacerlo en este momento, pues en el océano profundo de lo que es la consciencia, la nada es la conexión con el todo, y el todo es el reflejo de lo que ya conocemos, personas, lugares, experiencias, conocimientos. Así, en este estado de absoluta percepción, las cenizas empiezan a sentir los latidos fuertes del corazón, enviando ondas de compasión al trabajo del cerebro para poner en orden todo ese conflicto proveniente del juicio divino.
El tiempo se quedó mudo, solo las pulsaciones nos indican que estamos vivos. Algo está pasando en el entorno interno y externo. El cuerpo empieza a tener convulsiones orgásmicas esporádicas al principio. La memoria empieza a reconocer el amor. — “¿Qué es el amor? ¿A dónde te estás yendo? ¿Qué es esto que está pasando?” —, me pregunto a mí mismo o escucho esa voz que viene de un más allá. — “No sé quién soy, no sé de dónde vengo, ni mucho menos a donde voy; no tengo calor, no tengo frío; soy un vacío, sin colores, sin olores, sin formas, sin cuerpos ni caras… me estoy muriendo en la pantalla de la memoria, de todo lo que he hecho en mi pasado… me muero en lo que no hay amor… me muero… me muero… me muero… me… me… me… …. m…. …. m…. …. … …”—. El infinito apareció ahí, una unión de dos eses, mostrando esa conexión cuántica que tanto la ciencia nos quiere enseñar y que únicamente el silencio nos lo hace experimentar.
No sé a donde fui en ese momento donde todo se anuló. Las convulsiones orgásmicas del cuerpo siguieron. De pronto, en un instante, surgió un impulso potente (el más potente que jamás haya podido experimentar en mi vida terrestre y en este cuerpo prestado). Enseguida, el impulso me llevó a un gemido profundo: un grito con descargas eléctricas que el universo escuchó desde su intimidad más escondida; dos agujeros negros acaban de hacer colisión, generando una sola explosión al mismo tiempo justo cuando dos energías que se estaban consumiendo por su pasado logran sentir esa atracción cósmica para poder estallar en la libertad. Una libertad que no tiene nombre, pues es nada más que la libertad. Una palabra que nos muestra que el pasado puede llevarnos a las cenizas y que la conexión con la sabiduría de las preguntas hace que estas empiecen a tomar fuego nuevamente. — “Es el renacer del fénix, amada dorada. Este es el fuego que hace que los mortales vuelvan al paraíso terrenal cuando el amor se vuelve un vacío lleno de energía, conectándose con aquello que les brinda esta grata harmonía. Únicamente los ojos sabrán con certeza la existencia de la verdadera conexión, pues sus pupilas son esos agujeros negros donde al entrar en contacto, el fénix entra en vuelo calentando el ambiente, rodeando con fuego esta conjunción, pues es esta su labor la más radical: hacer que el amor florezca desde las entrañas del sufrimiento, reconociendo el camino hacia la liberación de la tormenta” —.