El reflejo de la sombra en el vidrio

Santiago Ospina autor publicado, poeta, poemas

La sombra dormida, recostada siempre en la pared, sintiendo su oscuridad, viajando entre luces superficiales. Al amanecer, solo el sol lograba hacer que ella apareciera, aunque cuando ella se sobrecalentaba, se iba a buscar otro sombreado sobre ella misma. El frío es algo que siempre la sombra ha conocido. Un frío donde lo artificial es bienvenido, donde se busca siempre distraerse para distraer el resentir del calor en expansión infinita; la sombra en su vivir busca ciertas ilusiones donde la quietud quede postrada contra la pared.

En la soledad del frío, la sombra se da cuenta de su quietud. Ella se mira fijamente en el reflejo de un vidrio en particular, puesto justo al frente de ella, más, sin embargo, era el escape a esa curiosidad que hacía que la sombra le huyese a la historia del reflejo. — “¿Por qué me ve tanto ese reflejo?” — Ella se pregunta, escondiéndose del mismo. Moviéndose fuera de él. — “¡No quiero verlo nunca más!” — La sombra grita descontroladamente. El miedo se apoderó de ella, como todos los infinitos momentos donde su quietud se ve perturbada por el reflejo del vidrio puesto al frente de ella.

En el caminar, la sombra iba encontrando manchas similares a ellas, igual de quietas, igual de frías. Una casualidad, según ella, de notar este fenómeno — ¿causal? —. — “¿Quiénes son estas manchas tan familiares que trascienden en mi oscuridad?” — Ella se iba preguntando con un tono alegrón, con una certeza abrumadoramente artificial. Ella sentía que se mezclaba con ellas, veía como sus manchas se yuxtaponían unas con otras a su alrededor. De todas maneras, el sol, en su aparición, borraba las sombras, dejándolas en el desconcierto de la soledad amarga.

Al volver a esa pared, donde el vidrio del infinito reflejo vive, la sombra percata nuevamente algo dentro de ese ser. — “¿Por qué me mira fijamente?” — Murmuró la sombra con un tono disgustado, agrio. — “¿Qué es lo que tanto me mira?” — Volvió a preguntarse desesperadamente. — “¿Por qué no me puedo mover? ¿Quiero salir de acá?” — Seguía cuestionándose demencialmente. A pesar de este suplicar temeroso, el vidrio puesto al frente de la pared de la sombra, en su observar infinito, exclama: – “oye, ¡tú! Nadie te está escuchando, ¿no lo ves? Estás sola…”—, enseguida, el vidrio se calla en su reflejo.

— “¿Quién fue el que me habló?” — Se preguntó la sombra en un tono sorprendido. De nuevo el vidrio puesto al frente de la pared, responde: — “¿no me estás viendo? Estoy justo mirándote a los ojos. Mírame…” —. El vidrio le responde en un silencio incómodo, pues al hablar, hay una voz que no tiene sonido y que la sombra, en su delirio, la busca por todo su espacio. — “¿Por qué no te escuchó? ¿No sé qué es lo que estoy viendo? ¡No me dejes en ese silencio!” — La sombra continuamente le reclama al vidrio puesto al frente en la pared.

Al cabo de un momento ansioso, ese tiempo donde la espera juega a las escondidas y cuyo deseo es que jamás nos encontremos, el vidrio puesto al frente de la pared vuelve a pronunciarse: — “Te he visto por aquí varias veces, reflejo de mi reflejo. Te he visto infinitas veces, divagando en una quietud, hablando sola al frente tuyo…”—. De pronto, vuelve ese silencio incómodo que a la sombra tanto le angustia, — “¡No entiendo lo que me estás diciendo! Estoy rodeada de estas manchas hermosas que me dan el confort del paraíso, algo que posiblemente tú no puedes entender, ¡porque tú no existes! ¿De dónde estás viniendo, te lo suplico?” —.

El día pasó, de repente las luces artificiales volvieron, las manchas aparecieron, multiplicándose por cien. La sombra de repente notó este gran tumulto oscuro, lo cual hizo que ella se arrebatara con esa alegría igualmente artificial. — “¡Ah, qué alegría a mi corazón ver la presencia de mis iguales! He soñado con este momento desde que perdí la noción del tiempo; desde que mi locura no me dejaba ver que ustedes son mi calma; desde que esa voz maldita sin sonido no dejaba de enredarme para alejarme de su magna presencia” —.

Al cabo de varios presentes, los cientos de manchas presentes se fueron diluyendo entre la pared de la sombra sin dejar rastro alguno. Ni siquiera respondiendo a las palabras artificiales de la sombra, dejándola completamente ahí, abandonada. — “¿Por qué me sucede esto a mí? Hace unos momentos éramos manchas semejantes, nos mezclábamos; jugábamos a la simbiosis. Aun así, ellas se van sin despedirse. ¡¿No ven mis lágrimas, insensibles monstruos de la oscuridad?!” —. Las luces artificiales se iban apagando una a una, alumbrando la naturaleza de la noche.

Sin prisa alguna, el vidrio puesto en la pared del frente, habiendo observado todo el teatro de la sombra, aprovecha para despertar esa presencia melodiosa y en susurro, — “Mírame…” —. Una palabra bastaba para romper con el llanto infantil de aquel reflejo. — “Eres otra vez tú… ¿Quién eres? ¿Por qué tú me ves y yo no te veo a ti?” —, preguntó la sombra con su voz resignada. Pese a la rendición moral de la sombra para abrirse al vidrio, el silencio reinó por primera vez en un momento. La angustia y el dolor de la soledad arropaban el instante. — “¿Dónde está el amor del que las hojas escritas hablan sin cesar? ¿Dónde están esas sensaciones de felicidad que tanto viví con mis parecidas y que ahora, en este desierto triste, desaparecieron como las nubes durante el verano?” —

— “Solo mírame…”— El vidrio puesto en la pared del frente, siempre en su murmullo, llamó a la sombra. — “Pareciera que estuvieras dormida, por eso no me ves; pareciera que tuvieras miedo de usar los ojos, por eso te escondes cerrándolos; pareciera que huyes al contacto con el reflejo” —. — “Sigue hablándome” —, la sombra, sorprendida por esas punzantes palabras, le pidió al vidrio puesto en frente de la pared que continuara con su relato. — “No soy yo el que estoy hablando. ¿No te das cuenta mi querido reflejo? Abre bien tus ojos, mira esas pupilas como dejan de distraerse con el alrededor; mira como tu cara empieza a tomar la forma de tu ser infinito; mira como atrás tuyo, nada más queda lo que alguna vez fue y lo que es nada en este momento; mírate y mírame, no puedes escapar…”—. La sombra, confundida por estas palabras, siente que hay ciertos aspectos de su oscuridad que se van desvaneciendo. — “Pero, ¿qué es lo qué me estás diciendo? ¿Yo con quién estoy hablando? Tengo miedo, no obstante, deseo revelar esta fluidez de tus palabras y que me muestren la naturaleza” —.

— “Mírame otra vez. Tu sombra ha dejado de ser tu sombra, si no el reflejo que te estoy mostrando. El hablar no es de nosotros, sino de uno solo, de aquel que está mirándome. Acá estás, al frente tuyo, donde el sol y la luna se vuelven simples estrellas; donde el día y la noche se vuelven simples presentes; donde lo único que te queda es el silencio y el latido del que te da la vida” —. El vidrio puesto al frente de la pared entra en silencio definitivo y la sombra dejó de existir.

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