Elogio al tiempo

Santiago Ospina autor publicado, poeta, poemas

La historia del tiempo viene acompañada de una descarga descomunal de horas, minutos, segundos, milisegundos, centésimas; nada. La espera de cada momento suele ser una eternidad, justo cuando los ojos están postrados enfrente del reloj señalándonos que es hora de actuar. El juego de la historia del tiempo es el mismo que del corazón. Los latidos nos indican nuestras horas, minutos, segundos y así sucesivamente, hasta que no exista nada más que las pulsaciones. 

El corazón y el tiempo no se esperan, es una imposibilidad. Sin embargo, solo hay un personaje en toda esta historia que se interpone entre estos dos. Un personaje cuyo deseo es querer controlar y poseer lo que dicta esa unión perfecta. Aun así, este protagonista podría quedarse en este elogio como algo desconocido, cuyo valor es el vacío. Un espacio donde se trata de llenar de tormentas cuando esos deseos no son cumplidos; cuando el mago se esconde dentro de su lámpara sabiendo que él que la frotó, busca solo su propio egoísmo violento. Permanezcamos entonces un momento en esta tormenta para verla como pasa delante de nuestra pantalla y así, entenderemos con mucha más claridad cuando es que el tiempo y el corazón pueden llegar a unirse, acariciando con ternura esa lámpara mágica. 

Es una mañana tranquila, el viento empezaba a soplar de norte a sur, haciendo volar las nubes de un lado a otro, poblando el eterno azul de colores blancos grisosos. Nada amenazante por el instante. La contemplación seguía intacta cuando el sol continuaba iluminando la libertad de lo deseado. Todo seguía ahí, quieto. Nadie podría pensar que algo debería salir mal, puesto que todo sigue igual. ¿Qué es lo que podría cambiar? Nada, diría el excesivo optimista. Pero este mismo personaje optimista no se da cuenta o rechaza darse cuenta de que lo que sucede en su mundo perfecto, escondido de la verdad cambiante y transformante, no es una realidad absoluta.

El sol se empieza a esconder y nuestro personaje siniestro no quiere entrar en el viaje de la realidad del cambio de los colores, puesto que él lo quiere todo azul eterno. Él no se da cuenta de que el tiempo en su camino hace que el sol nazca y muera en una elipse determinada; y que la luna se esconda y aparezca en rotaciones de bailarina sin descanso alguno. Él no está en este juego, porque simplemente él no juega. Él solo desea quedarse en esa inmovilidad inmortal del deseo, fotografiando a diestra y siniestra lo que no ha cambiado hasta que el rollo de sus imágenes haya quedado completamente nublado, sin luz brillante y cargado de electricidad que separan al corazón del tiempo. 

La tormenta empieza a asomarse por la ventana de este personaje. Una acumulación de odios por el constante cambio que sufre su mundo, el cual no es suyo y jamás lo será. ¿No es esto entonces el inicio del delirio imaginario? "Mientras todos están cuerdos, son los dementes los que están de fiesta", dirían en la esquina de aquella calle que siempre se transita a pie, siendo observado por los vecinos: unos queriendo aprovecharse de la inocencia, otros sintiendo esa gran tormenta que va pasando al frente de sus binoculares. De repente, la tormenta se empieza a convertirse en un verdadero huracán, dejando escapar rayos y ráfagas de vientos, generando destrucción por todo su camino. Acá es cuando el tiempo se acelera, pues el caos de la violencia confunde las horas con los minutos; los días con las semanas; los meses con los años. El corazón es el que más sufre...

Pareciera que estuviésemos elogiando a la tormenta, pero no es así. El corazón que habita en este personaje tiene, por consiguiente, dos caminos: uno es simplemente sobrevivir y el otro también, aunque de forma egoísta. 

Sigamos con la tormenta unos momentos más porque es aquí donde florece la magia negra de la desesperación. Ese sentimiento descontrolado y desequilibrado que lleva a que los vientos enfurecidos con sus rayos arranquen todo lo que se encuentre por su camino. En realidad, es la vida misma tratando de quitarse su propia existencia. Así, el personaje vacío empieza su recorrido hacia la autodestrucción. No obstante, estamos en un elogio y esto último puede verse como un acto de cobardía y de irrespeto frente a lo único que debería importar. 

El sol empieza iluminarse poco a poco, justo cuando el ojo de esa tormenta se posa sobre el corazón. Ese contacto pleno entre la luz y la oscuridad, donde la calma empieza reinar, y el viento encuentra esa fluidez entre la tierra y el espacio. Es por esto mismo que el personaje, el cual empieza a dejar de ser siniestro, tiene dos caminos dentro de la tormenta, y que ahora él prefirió escoger uno que no es egoísta. Algo que está relacionado con el arte de vivir. Una conexión que solo la lentitud del viento puede lograr, donde el ojo se abre para poder abrazar todo aquello que va cambiando en su andar.

Es en consecuencia un elogio al arte. Un arte de pie, como el árbol en medio de la sabana, el cual observa el movimiento de todo lo que se transforma a su alrededor, pues lo que sucede ahí, en ese exterior, también sucede en ese interior. Por ende, el corazón se despierta dentro de este tiempo infinito. La espera se termina cuando la tormenta se da cuenta de que su libertad es tan radical como la luz del sol, pues aquí ella es inexistente, así como nuestro personaje que se había interpuesto en la relación alquimista entre el corazón y el tiempo. 

La paz es un estado del arte donde solo la observación y la percepción libre sobre el tiempo genera esa sensación de calor solar cósmico en el corazón. La respiración se vuelve más profunda, puesto que el aire al entrar crea ese espacio infinito entre el tiempo y el corazón, para que estos dos crean esa gran galaxia armoniosa que es la calma. Algo que viene acompañado de una pequeña palabra a la cual nuestros aprendizajes no entienden muy bien en ciertos momentos de nuestro paso sobre este terreno sólido, la paciencia y su arte de vivir.  

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