Adiós
El adiós fue pintado para dejar el portarretrato del final de aquello que ha cambiado; representando un camino aparte del que ya se venía recorriendo. Esta acción, sin embargo, no define que el sentimiento también deba partir. En los ojos del despido, ella me dice, – “¿qué nos está pasando? ¿Por qué tus ojos ya no brillan como antes; por qué tu lengua ya no endulza como antes; por qué tu cuerpo ya no baila como antes; por qué tus caricias ya no son como antes?”. Son preguntas sencillas que portan una gran carga en los ojos, cuando las pupilas se ven en la necesidad de revelar una verdad. — “Hay situaciones donde el capullo de la mariposa empieza a reventarse por dentro, mi amado ángel. Cuando este se rompe, el mundo nace nuevamente en el interior de los ojos de este observador. Quizás tú sigues atrapada en tu capullo y por eso has dejado de verme; has dejado de sentirme…” — Respondo con la triste ansiedad del momento.
El azul melancólico del atardecer. Un crepúsculo de invierno que invita a los viajantes a resguardarse; cargándose de energía para un nuevo viaje. Un comienzo justo, con ese mirar sagrado y un poco desequilibrado entre el amor y el apego; entre el adiós y el hasta pronto: — “¿Qué me quieres decir con esto? No veo tus alas, no veo tus antenas crecer. Te veo aquí tal como te conocí la primera vez. No veo tu transformación (o no quiero verlo), — ella exclama con su voz interna y silenciosa a los oídos de los sordos del escuchar —” —. Así, la transmutación del espejo inicia cuando el reflejo se torna ajeno a uno. — “Es justamente esto lo que nos está sucediendo mi amado ángel. Llegamos por la misma puerta y, aun así, tú sigues ahí sin cruzarla. Mientras que mi cuerpo siguió avanzando por senderos y playas; atravesando aldeas y castillos; viendo unicornios y centauros; sintiendo soledades y compañías. Y aquí he llegado, amada mía, con heridas de todos los gustos y con la piel mudando tal como lo hace la reina de las serpientes en su majestuosa vida terrenal” —.
— “¡Te desconozco! O simplemente no quiero conocerte más… Me asustan tus palabras después de haber construido todo esto que tú ves acá; después de haber vivido todas estas vidas pasadas juntos. Mi amor hacia ti no ha cambiado, mientras que el tuyo hacia mí sí lo ha hecho. ¿Es eso? ¿Ya no me amas más? ¿Qué tengo que hacer para recuperar eso que se está desvaneciendo?” —. Un tono de imploración saliendo desde su garganta, suplicando por continuar escuchando la misma emisión de radio una vez más; ignorando cada palabra dicha, o más bien, rechazando una simple verdad. — “Quiero darte mi tristeza, primer amor. Mi amor jamás cesará por ti, es imposible que esto suceda por las mismas razones que tú me proclamas. No obstante, nuestras vidas pasadas son cuadros ya pintados que ya conocemos de memoria. Por ende, ya no representan nuestro amor… Lo siento vida mía. Lo que desvanece no es el amor, sino la llama de lo que alguna vez existió y que lo disfrutamos en todo su esplendor. Es la vela que ya se quedó sin cera y su mecha está hecha carbón… Lo siento vida mía… Lo siento” —.
Ambos posan de pie frente a la ventana. Es un día lluvioso. El sol del crepúsculo se fue escondiendo, sintiendo la necesidad de dejar que las nubes se desahogaran en su nostalgia, viendo como ese hilo rojo que antes los unía, se iba desgarrando milímetro a milímetro. Todo comenzó un tiempo atrás, si me permiten retroceder un poco en esta historia. En ciertos pasajes de nuestros capullos, uno de ellos entró en su llamado para romper ese enorme envuelto de Pandora. Recuerdo haber visto como empezaba a vibrar este envoltijo, se podía sentir en los silencios de la oscuridad; se sabía que las alas estaban creciendo y que necesitaban ese gran espacio para poderlas expandir. Por otro lado, su compañera seguía en ese estado de espera. Quizás está esperando a que exista ese llamado, aunque sus ojos seguían anclados a esa rama que la mantiene atada.
— “En algunos momentos de nuestras vidas, los cuerpos buscan abrir sus pasos lejos de donde se está actualmente. Y en las historias de nuestras palabras compartidas, que tu camino se iba tornando diferente al mío; que tu energía se iba disipando en el juego del conocimiento; que tu nadado en el mar era siempre buscando no alejarte de la playa, cuando a una milla más allá, en otras profundidades, hay un barco listo para darnos una nueva aventura. ¿No lo ves? ¿Está allá? ¿Tú te quieres quedar y yo no te puedo obligar a nadar hasta esa libertad?” —. Una gota de agua salada fue suficiente para ver en los ojos de esta mariposa naciente que su vida ha llegado a decir, adiós. — “¿Por qué quieres ir hasta allá, cuando acá lo tienes todo? Dime mi corazón hermoso, ¿por qué? ¡¿por qué?!” —, ella reclama un tanto agitada. Su corazón empezaba a pesar tanto que su cuerpo se iba fundiendo en su odiada confusión sentimental.
— “No me voy porque no tengo nada acá. Lo he tenido todo gracias a ti y a todo tu amor. No me dudes en tu lengua, ni en tus pensamientos. Hemos conquistado el mundo tal como lo hizo Aquiles, aun así, él muere al final de la batalla. Mi cuerpo ha muerto, amada mía, y está renaciendo en esto que los poetas hablan sobre una tal libertad, pues acá ya no me siento libre y esa es una verdad. La prisión no eres tú, amado ángel, sino no poder volver a sentir esa llama que existió en esta vela que ya se está muriendo” —. Aparece un silencio. Un espacio en donde los dos caminan por el cuarto, tratando de entender cada sílaba puesta por la mariposa renaciente. — “En el fondo íbamos a llegar acá. Lo sé, aunque me cuesta admitir las verdades absolutas. ¡Los ángeles no existen! (ella grita al cielo esperando que cupido vuelva a hacer su entrada como lo hizo en algún principio – ella suspira —)” —.
— “No seas ingrata, ángel mío, puesto que tú existes y eso ya es suficiente para mí. En estos ojos te digo que los ángeles son tan verdaderos como tu cuerpo aquí presente. No pretendo, de todas formas, mandarte adornos para embellecer tu tristeza. Mi anhelo es simplemente que tú lo sigas siendo en tu próxima vida, pues apenas lo notes, sabrás que encontrarás a otro ángel como tú, entendiendo tu mundo angelical. Así sucederá también conmigo o quizás no. De pronto seré una mariposa con vientos de soledad o a lo mejor, otra mariposa llegará para acompañarme en este humilde viaje de libertad. Mi sueño es ver el sol y abrazarlo desde mi salvaje naturaleza... Déjame partir en paz, dejándote mi vida entera, pero también muriéndome en ella” —.
Solo bastaba estas palabras para que ella se parara de la cama, con el corazón en la mano y esa gota de agua salada recorriendo las montañas de las mejillas, diciendo:
— “Amor, sé libre
Si tú lo eres, lo seré yo también
Y que el sol vuelva a iluminar esa nueva vela que ha nacido en ti…
Me duele, te duele, nos duele;
Todo fue consumido acá en este corazón…
Mi tristeza tomará el camino del vacío eterno;
Nada queda roto… adiós” —.